Como la música puede cambiar vidas. Otro aporte, gracias y abrazos...
Una mañana me despertó esa melódica frase con una guitarra que me parecía unos cristales rompiéndose suavemente. Yo dormía en la cama de mi hermano, él creció con los últimos vestigios de las revoluciones comunistas y le gustaba escuchar música "protesta" en la mañana en una radio marca International color rojo con una sola casetera, el botón de retroceso no servía, así que era necesario "voltearle" y adelantarle para escuchar algo que ya había pasado. Desde luego Ojalá era la primera canción del lado A, y era propicio comenzar ese Lunes de Escuela con la voz del cubano que en ese momento me pareció mágico -aunque no supe bien quien era si no hasta luego de un par de años-... en fin, me imaginaba como las hojas caían a un cuerpo de una mujer desde arriba; logré imaginar un disparo de nieve con un rifle largo para que aguante las balas de nieve (según yo); imaginé el camino cansado, sólo tengo la imagen en mi mente pero no se como explicarla; pude imaginar la Luna saliendo sin mi; imaginé difuntos, que sueño interesante rondaba mi memoria que imagine la luz cegadora que seguramente salía del disparo de nieve... "Tocarte ni en canciones"... mmm, sólo recuerdo que lo tomé muy literal; al final recuerdo unos aplausos (supongo que era en concierto) y el fin de una canción hechizada que me llevó a expandir mi mente hacia algún horizonte que ni siquiera sabía que existía.
Claro, ahora que soy "grande" intento tomar las canciones profundas siempre desde el lado poético, como para encontrar esa belleza subjetiva que la poesía y la música esconden, aparentan y alardean (todo al mismo tiempo)... Sin embargo, el verdadero recuerdo que quiero compartir es el sublime hecho de ser niño e imaginar... incluso más allá del arte... más allá de la conciencia y las razones... más allá de las estrellas... más allá de esto que estás leyendo…
Otaner
martes, 13 de mayo de 2008
domingo, 4 de mayo de 2008
Ya no hay nada qué hacer
El segundo aporte, esta vez, anónimo. Léanlo. ¿No se les antoja comentar, después de tanta maravilla?
Mil abrazos, mil gracias...
Llorando regresé a casa y le conté a mi madre lo que me acababa de suceder. Una muchacha me había amenazado con un cuchillo en el paradero del bus, obligándome a que le entregara el dinero que tenía para ir a la escuela. Mi madre me tomó de la mano y salimos caminando de prisa hacia la casa de Oscar Rocafuerte, el policía del barrio. Tan pronto él se enteró de lo sucedido, sacó su motocicleta, la encendió y con una seña me indicó que me subiera. “¿Por dónde se fue?”, me preguntó. Yo le señalé el camino que había tomado la muchacha. Oscar aceleró con dirección a las afueras del barrio. Luego ingresamos a baja velocidad por un estrecho callejón formado por casas de cartón. En cierto punto detuvo la motocicleta y ambos nos bajamos. Él empezó a abrir las puertas a patadas. Adentro yo veía cómo las mujeres se lanzaban asustadas sobre sus hijos para protegerlos. Hasta que pateó una puerta y vi a la muchacha que me había robado. Estaba sentada sobre un colchón donde descansaba un bebé. “¿Es ella?”, me preguntó Oscar. Sí, le contesté. Entonces Oscar se le acercó y le estalló un puñetazo en el rostro. La muchacha empezó a llorar y a rogar que no le hiciera nada, que no la fuera a matar. “La plata”, gritó Oscar. Ella metió la mano debajo de la almohada y nos mostró varios medicamentos. “Me la gasté, es que mi hijo está muy enfermo”, dijo. Entonces Oscar tomó fuerzas y le estrelló otro puñetazo en la cara, dejándole los dientes bañados en sangre. “Vamos”, me dijo, “ya no hay nada qué hacer”.
Anónimo
Mil abrazos, mil gracias...
Llorando regresé a casa y le conté a mi madre lo que me acababa de suceder. Una muchacha me había amenazado con un cuchillo en el paradero del bus, obligándome a que le entregara el dinero que tenía para ir a la escuela. Mi madre me tomó de la mano y salimos caminando de prisa hacia la casa de Oscar Rocafuerte, el policía del barrio. Tan pronto él se enteró de lo sucedido, sacó su motocicleta, la encendió y con una seña me indicó que me subiera. “¿Por dónde se fue?”, me preguntó. Yo le señalé el camino que había tomado la muchacha. Oscar aceleró con dirección a las afueras del barrio. Luego ingresamos a baja velocidad por un estrecho callejón formado por casas de cartón. En cierto punto detuvo la motocicleta y ambos nos bajamos. Él empezó a abrir las puertas a patadas. Adentro yo veía cómo las mujeres se lanzaban asustadas sobre sus hijos para protegerlos. Hasta que pateó una puerta y vi a la muchacha que me había robado. Estaba sentada sobre un colchón donde descansaba un bebé. “¿Es ella?”, me preguntó Oscar. Sí, le contesté. Entonces Oscar se le acercó y le estalló un puñetazo en el rostro. La muchacha empezó a llorar y a rogar que no le hiciera nada, que no la fuera a matar. “La plata”, gritó Oscar. Ella metió la mano debajo de la almohada y nos mostró varios medicamentos. “Me la gasté, es que mi hijo está muy enfermo”, dijo. Entonces Oscar tomó fuerzas y le estrelló otro puñetazo en la cara, dejándole los dientes bañados en sangre. “Vamos”, me dijo, “ya no hay nada qué hacer”.
Anónimo
jueves, 1 de mayo de 2008
El beso que te di
El primer aporte... Como diría Lester Burnham... Espectacular... Gracias Emiliamon... Mil abrazos...
La felicidad es un sentir inherentemente compañero de la tristeza. No sé por qué, pero para mí los mejores recuerdos de la niñez, son también aquellos que me llenan de una nostalgia ambigua. Por momentos me siento en esos recuerdos y me parece volverlos a vivir, como si fuera este preciso momento o como si apenas fueran un episodio del día de ayer, mientras que a ratos son como si nunca hubieran existido. Entonces despierto de aquel encanto pueril y caigo en un abismo infinito de pena, probablemente como el resultado de darme cuenta de que la vida es un suspiro y temer por que mi existencia sea ser sólo para el naufragio. Díganme ustedes: ¿no les pasa lo mismo? Es tan extraña esta sensación, es casi inefable. ¿Será acaso lo que los brasileños llaman Saudade?
En fin, mi recuerdo temprano es verdaderamente simple para los ojos de cualquiera, pero en definitiva siento que es importante y por eso he decido contárselos. No creo en que haya algo que sea totalmente absoluto, por lo tanto no creo que en mi infancia haya sido completamente feliz ni tampoco completamente triste. Lo único que puedo afirmar es que mi vida era normal en lo posible. Mi padre llegaba algo tarde y mi madre trabajaba hasta bien entrada la noche en un salón de belleza, así que con mis hermanos pasábamos mucho tiempo al cuidado de alguna empleada que hacía las veces de niñera. Pero algunos sábados de tarde mi padre se quedaba con nosotros. Recuerdo particularmente uno de esos sábados... Llovía a cántaros (como solo suele pasar aquí en Quito), habían truenos, rayos, hacía mucho frío. Papá entró al estudio, tomó entre sus manos uno de aquellos discos de acetato y lo puso a sonar a todo volumen. Era música protesta, un disco recopilatorio de los mejores éxitos de un dúo uruguayo llamado “Los Olimareños”, sonaba una canción llamada “El beso que te di”, cuyos sonidos se mezclaban en aquel momento con el sonido de la lluvia y el tronar de los rayos.
“Ni las estrellas que alumbran el mes de Abril tienen los finos destellos de tu mirar, ni se pueden comparar con tu risa juvenil los pétalos del rosal. No puedo vivir sin ti, te juré quererte con devoción, te besé y aquel beso que te di, se quedó clavado en mi corazón” jamás olvidaré aquellos versos, tan cursis, tan desinteresados, tan simples y tan bellos, probablemente son estos versos los culpables de que yo crea en amores imposibles, donde se entrega todo sin esperar factura ni cambio, de que yo crea en amores perennes, en pasiones que llevan a la locura. No lo sé, sólo sé que me transportan fuera de este mundo y necesitaba decirlo y lo he hecho. Gracias por leerme, y que siga adelante el blog!!!
Emiliamon
La felicidad es un sentir inherentemente compañero de la tristeza. No sé por qué, pero para mí los mejores recuerdos de la niñez, son también aquellos que me llenan de una nostalgia ambigua. Por momentos me siento en esos recuerdos y me parece volverlos a vivir, como si fuera este preciso momento o como si apenas fueran un episodio del día de ayer, mientras que a ratos son como si nunca hubieran existido. Entonces despierto de aquel encanto pueril y caigo en un abismo infinito de pena, probablemente como el resultado de darme cuenta de que la vida es un suspiro y temer por que mi existencia sea ser sólo para el naufragio. Díganme ustedes: ¿no les pasa lo mismo? Es tan extraña esta sensación, es casi inefable. ¿Será acaso lo que los brasileños llaman Saudade?
En fin, mi recuerdo temprano es verdaderamente simple para los ojos de cualquiera, pero en definitiva siento que es importante y por eso he decido contárselos. No creo en que haya algo que sea totalmente absoluto, por lo tanto no creo que en mi infancia haya sido completamente feliz ni tampoco completamente triste. Lo único que puedo afirmar es que mi vida era normal en lo posible. Mi padre llegaba algo tarde y mi madre trabajaba hasta bien entrada la noche en un salón de belleza, así que con mis hermanos pasábamos mucho tiempo al cuidado de alguna empleada que hacía las veces de niñera. Pero algunos sábados de tarde mi padre se quedaba con nosotros. Recuerdo particularmente uno de esos sábados... Llovía a cántaros (como solo suele pasar aquí en Quito), habían truenos, rayos, hacía mucho frío. Papá entró al estudio, tomó entre sus manos uno de aquellos discos de acetato y lo puso a sonar a todo volumen. Era música protesta, un disco recopilatorio de los mejores éxitos de un dúo uruguayo llamado “Los Olimareños”, sonaba una canción llamada “El beso que te di”, cuyos sonidos se mezclaban en aquel momento con el sonido de la lluvia y el tronar de los rayos.
“Ni las estrellas que alumbran el mes de Abril tienen los finos destellos de tu mirar, ni se pueden comparar con tu risa juvenil los pétalos del rosal. No puedo vivir sin ti, te juré quererte con devoción, te besé y aquel beso que te di, se quedó clavado en mi corazón” jamás olvidaré aquellos versos, tan cursis, tan desinteresados, tan simples y tan bellos, probablemente son estos versos los culpables de que yo crea en amores imposibles, donde se entrega todo sin esperar factura ni cambio, de que yo crea en amores perennes, en pasiones que llevan a la locura. No lo sé, sólo sé que me transportan fuera de este mundo y necesitaba decirlo y lo he hecho. Gracias por leerme, y que siga adelante el blog!!!
Emiliamon
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