Aporte de Kri Kri, gracias hermano...
Para empezar a hablar sobre el amigo imaginario pues debo aclarar algo soy hijo único.
Durante los primeros años de estar en este mundo no sabes lo que significa la sociabilización de cuan importante puede llegar a ser, pero luego una vez que empiezas a crecer a pensar a "relacionarte" con otros, te fijas que para el ser humano es muy importante estar con personas que compartan cosas contigo, cuando eres niño por supuesto lo importante es jugar, a lo que sea pero jugar. Ahora viene lo complicado cuando empiezas a observar que en tu entorno cercano que no existe una persona con esas características alguien con quien compartir travesuras, o cuando en navidad te regalan un juego de raquetas de ping pong para dos o en el Nintendo te vienen dos controles o si necesitas algún cómplice para alguna travesura en casa, en ese momento, hablo personalmente, es cuando integre a mi vida a un amigo, totalmente incondicional, el que siempre podía jugar conmigo, al que le gustaban mis juegos, el que jamas me ganaba, el que hacia las travesuras en vez mía, el que se ideaba algo para estar entretenidos, pues un amigo que todos quisieran tener pero que solo existía para mi, el que fue creciendo junto conmigo, quien luego en mi adolescencia siguió siendo un gran amigo, solo que con una diferencia, empezó a crecer con un carácter diferente al mio mas sociable, mas arriesgado, mas descomplicado, se convirtió en lo opuesto a mi, como es esto, pues mientras yo no era exitoso con mis compañeras del colegio él si lo era, mientras yo no era seleccionado en fútbol, él si y no solo eso era el capitán y mejor jugador mientras yo no tocaba ningún instrumento musical el sí, entre otras cosas. Así pasaron los años, en conclusión llegue a definir que mi amigo imaginario era la imagen que me gustaría proyectar de mi mismo, y si se preguntan si aún vive en mi pues sí y creo que siempre lo hará, es mas actualmente el es completamente feliz ya que encontró el amor, mientras yo no puedo tener a la mujer que amo.
El arma mas fuerte del hombre es su imaginación, disfruten de ella que es lo mas privado que tenemos, al menos hasta que la tecnología de esta sociedad injusta invente algo para invadirla...
Al final aclaro algo, mi amigo imaginario no es como aquellos duendes de un capitulo del Chapulín colorado, jamas lo vi, siempre lo he imaginado.
Kri Kri
domingo, 28 de diciembre de 2008
sábado, 13 de diciembre de 2008
La sonrisa pícara
Aporte de Otaner. Dios le pague! Ja.
Con mi lonchera tomate sin dibujos ni calcomanías salía al recreo de jardín de infantes, dentro llevaba varias golosinas, ninguna tan importante como el paquete individual de galletas rellenas, las otras eran mías pero éstas estaban a punto de conocer a la dueña que las iba a saborear...
Una blusa blanca, un saco rojo amarrado por la cintura, y un cabello negro hecho cachitos recogidos con esas binchas de bolitas que parecían de cristal pasaban frente a mi con la sonrisa más dulce y tierna -que es posible que nunca vuelva a captar algo así- del pasillo, regresando a mirarme e invitándome a tomarla de la mano... María Fernanda, quien había robado mi corazón y unas cuantas risas de vergüenza también, era quien iba a portar mi dulce regalo en su recreo.
Bajamos las gradas, y mientras nadie nos viera era hermoso tomar su mano, pero cuando nos estaban viendo, sobre todo los niños, la audacia entró en acción y soltamos las manos cerca de mi espalda como si sólo estuviéramos agitando los brazos.
"Te traje galletas" le dije, y cuando me miró pensé recibir un "gracias", "que rico", "mis preferidas", cualquier palabra hubiera sido gratificante para mi en señal de corresponderme el presente que le traía y que me había robado de la alacena de la cocina de mi casa… lastimera sorpresa tuve cuando dijo "El Tito también me dio unas igualitas" y vi como guardaba el paquete en su lonchera rosada de Hello Kitty junto con otros dos paquetes similares, sin embargo el momento más hermoso de mis seis años estaba por comenzar cuando luego de sacar un jugo y cerrar su lonchera me dijo con sonrisa pícara "Las tuyas han de estar más ricas".
Otaner
Con mi lonchera tomate sin dibujos ni calcomanías salía al recreo de jardín de infantes, dentro llevaba varias golosinas, ninguna tan importante como el paquete individual de galletas rellenas, las otras eran mías pero éstas estaban a punto de conocer a la dueña que las iba a saborear...
Una blusa blanca, un saco rojo amarrado por la cintura, y un cabello negro hecho cachitos recogidos con esas binchas de bolitas que parecían de cristal pasaban frente a mi con la sonrisa más dulce y tierna -que es posible que nunca vuelva a captar algo así- del pasillo, regresando a mirarme e invitándome a tomarla de la mano... María Fernanda, quien había robado mi corazón y unas cuantas risas de vergüenza también, era quien iba a portar mi dulce regalo en su recreo.
Bajamos las gradas, y mientras nadie nos viera era hermoso tomar su mano, pero cuando nos estaban viendo, sobre todo los niños, la audacia entró en acción y soltamos las manos cerca de mi espalda como si sólo estuviéramos agitando los brazos.
"Te traje galletas" le dije, y cuando me miró pensé recibir un "gracias", "que rico", "mis preferidas", cualquier palabra hubiera sido gratificante para mi en señal de corresponderme el presente que le traía y que me había robado de la alacena de la cocina de mi casa… lastimera sorpresa tuve cuando dijo "El Tito también me dio unas igualitas" y vi como guardaba el paquete en su lonchera rosada de Hello Kitty junto con otros dos paquetes similares, sin embargo el momento más hermoso de mis seis años estaba por comenzar cuando luego de sacar un jugo y cerrar su lonchera me dijo con sonrisa pícara "Las tuyas han de estar más ricas".
Otaner
martes, 25 de noviembre de 2008
El viaje
Un viaje anónimo. Abrazos por donde estés, gracias.
Durante tres días mi madre y yo viajamos en diferentes buses desde Cali, Colombia, hasta Maracay, Venezuela. No son muchas las cosas que recuerdo, pero hay varios momentos que quedaron grabados para siempre en mi memoria. El primero de ellos es la salida de la terminal terrestre de Cali, a donde mi abuela y mi prima fueron a despedirnos. Ambas, cuando el bus arrancó, se ubicaron tras una pared de vidrio desde donde nos decían adiós con las manos. Mi prima lloraba. En los últimos años, ella se había encargado de cuidarme todos los días mientras mi madre trabajaba. Era la que me llevaba a la escuela y luego me recogía, además me ayudaba a hacer las tareas y se encargaba de que me acostara a la hora indicada. Mi abuela, por su parte, cocinaba y mantenía limpio el rancho de bahareque donde vivíamos los cuatro. Fue ella la que más motivó a mi madre para que emprendiera el viaje a Venezuela. El objetivo era que trabajara algunos años y reuniera el dinero suficiente para regresar y demoler el rancho y en su lugar levantar una casa de ladrillo. Años atrás mi madre había rechazado varias propuestas que le hicieron para ir a trabajar a los Estados Unidos, pero esta vez aceptó el viaje a Venezuela porque sí podía llevarme con ella. Íbamos a vivir en la casa de mi tía, la hermana mayor de mi madre, una mujer que desde su juventud se había ido del país junto con su esposo. Yo sólo comprendí la magnitud del viaje cuando observé, desde la ventanilla del bus, cómo mi prima lloraba tras aquella pared de vidrio mientras nos decía adiós con la mano.
Cuando desperté me puse a llorar porque descubrí que mi madre me había abandonado en aquel bus. No tenía ni idea del lugar en que ella se había bajado, ni siquiera sabía qué territorios oscuros eran los que veía por la ventanilla, esas ráfagas de sombras que pasaban veloces. Lloraba sin saber qué hacer, quería regresar a mi casa. Lo único que se me ocurrió fue ir a la cabina a pedirle ayuda al conductor. Toqué con desespero la pequeña puerta de acceso. Entonces mi madre me abrió. Estaba ahí porque en ese lugar le permitieron fumar el cigarrillo que necesitaba desde hace rato para convertir en humo el dolor de haber dejado atrás a mi abuela y a mi prima. Ambos nos abrazamos, yo dejé de llorar, ella no.
De una manera borrosa recuerdo los hoteles de Bogotá y de Cúcuta, a donde sólo ingresamos a bañarnos y a cambiarnos de ropa para salir de inmediato hacia la terminal a abordar otros buses. Pero lo que sí tengo muy presente, aunque no sé en qué trayecto ocurrió, fue el trivial accidente que dejó ciego a un anciano. Sólo nos dimos cuenta de lo que había ocurrido cuando la Policía detuvo el bus en un pequeño pueblo. Uno de los uniformados se subió y preguntó en voz alta que quién fue el que unos kilómetros atrás arrojó una botella de Coca-cola por la ventanilla. Una niña que viajaba con sus padres levantó la mano con una gran sonrisa de felicidad, como si estuviera a punto de responderle a su profesor la pregunta más difícil de la clase. El uniformado le ordenó a toda la familia que bajara del bus y sacara las maletas. Algunos pasajeros y el conductor también bajaron a enterarse de lo que ocurría. Luego subieron y nos contaron todo. La familia iba a ir a la cárcel porque la botella que lanzó la niña quebró el parabrisas de un carro que pasaba en ese momento al lado del bus. Las esquirlas de vidrio habían desgarrado los ojos del anciano que conducía.
No tengo más recuerdos de aquel viaje. Los miles de kilómetros que recorrimos en aquellos tres días me parecen hoy como un inmenso túnel oscuro que me transportó a otro mundo. A los pocos días de haber llegado a Maracay yo era un niño feliz que estaba bajo el cuidado de mi tía. Durante los tres años que viví en esta ciudad nunca extrañé a mi prima ni a mi abuela. En cambio mi madre, que se pasaba todo el día trabajando como cuando estábamos en Cali, lloraba cada vez que las llamaba por teléfono.
Anónimo
Durante tres días mi madre y yo viajamos en diferentes buses desde Cali, Colombia, hasta Maracay, Venezuela. No son muchas las cosas que recuerdo, pero hay varios momentos que quedaron grabados para siempre en mi memoria. El primero de ellos es la salida de la terminal terrestre de Cali, a donde mi abuela y mi prima fueron a despedirnos. Ambas, cuando el bus arrancó, se ubicaron tras una pared de vidrio desde donde nos decían adiós con las manos. Mi prima lloraba. En los últimos años, ella se había encargado de cuidarme todos los días mientras mi madre trabajaba. Era la que me llevaba a la escuela y luego me recogía, además me ayudaba a hacer las tareas y se encargaba de que me acostara a la hora indicada. Mi abuela, por su parte, cocinaba y mantenía limpio el rancho de bahareque donde vivíamos los cuatro. Fue ella la que más motivó a mi madre para que emprendiera el viaje a Venezuela. El objetivo era que trabajara algunos años y reuniera el dinero suficiente para regresar y demoler el rancho y en su lugar levantar una casa de ladrillo. Años atrás mi madre había rechazado varias propuestas que le hicieron para ir a trabajar a los Estados Unidos, pero esta vez aceptó el viaje a Venezuela porque sí podía llevarme con ella. Íbamos a vivir en la casa de mi tía, la hermana mayor de mi madre, una mujer que desde su juventud se había ido del país junto con su esposo. Yo sólo comprendí la magnitud del viaje cuando observé, desde la ventanilla del bus, cómo mi prima lloraba tras aquella pared de vidrio mientras nos decía adiós con la mano.
Cuando desperté me puse a llorar porque descubrí que mi madre me había abandonado en aquel bus. No tenía ni idea del lugar en que ella se había bajado, ni siquiera sabía qué territorios oscuros eran los que veía por la ventanilla, esas ráfagas de sombras que pasaban veloces. Lloraba sin saber qué hacer, quería regresar a mi casa. Lo único que se me ocurrió fue ir a la cabina a pedirle ayuda al conductor. Toqué con desespero la pequeña puerta de acceso. Entonces mi madre me abrió. Estaba ahí porque en ese lugar le permitieron fumar el cigarrillo que necesitaba desde hace rato para convertir en humo el dolor de haber dejado atrás a mi abuela y a mi prima. Ambos nos abrazamos, yo dejé de llorar, ella no.
De una manera borrosa recuerdo los hoteles de Bogotá y de Cúcuta, a donde sólo ingresamos a bañarnos y a cambiarnos de ropa para salir de inmediato hacia la terminal a abordar otros buses. Pero lo que sí tengo muy presente, aunque no sé en qué trayecto ocurrió, fue el trivial accidente que dejó ciego a un anciano. Sólo nos dimos cuenta de lo que había ocurrido cuando la Policía detuvo el bus en un pequeño pueblo. Uno de los uniformados se subió y preguntó en voz alta que quién fue el que unos kilómetros atrás arrojó una botella de Coca-cola por la ventanilla. Una niña que viajaba con sus padres levantó la mano con una gran sonrisa de felicidad, como si estuviera a punto de responderle a su profesor la pregunta más difícil de la clase. El uniformado le ordenó a toda la familia que bajara del bus y sacara las maletas. Algunos pasajeros y el conductor también bajaron a enterarse de lo que ocurría. Luego subieron y nos contaron todo. La familia iba a ir a la cárcel porque la botella que lanzó la niña quebró el parabrisas de un carro que pasaba en ese momento al lado del bus. Las esquirlas de vidrio habían desgarrado los ojos del anciano que conducía.
No tengo más recuerdos de aquel viaje. Los miles de kilómetros que recorrimos en aquellos tres días me parecen hoy como un inmenso túnel oscuro que me transportó a otro mundo. A los pocos días de haber llegado a Maracay yo era un niño feliz que estaba bajo el cuidado de mi tía. Durante los tres años que viví en esta ciudad nunca extrañé a mi prima ni a mi abuela. En cambio mi madre, que se pasaba todo el día trabajando como cuando estábamos en Cali, lloraba cada vez que las llamaba por teléfono.
Anónimo
domingo, 19 de octubre de 2008
Un poco de veneno
Hoy, este instante me siento, disculpa por el plagio, un poco apestado, y es que, como comenté en este blog apestoso, las veces en que me siento resentido contra el mundo, de las que finjo reírme, son más frecuentes de las que quiero admitir.
Hoy soy peor que de costumbre, aun más pequeño, no quiero ver el sol, no quiero que el planeta gire, ni que las aves vuelen, quiero que las estrellas se apaguen, que inicie la tercera guerra mundial, que el agua y los bosques se acaben, que las flores marchiten... Por ahí me escucho: "cuidado con lo que pides", hoy no importa.
¿Cómo no preguntarme que mierda anda mal conmigo? ¿De donde saco este condicionamiento? Sé bien lo que es, sé bien lo que siento, ésta angustia rastrera y miserable, de no poder ver lo afortunado que soy, de estar ciego, de necesitar que en una carta me digan que todo va a estar bien, que hay un camino que tengo que recorrer.
Y no estoy solo, tengo razones de sobra para seguir, que esperan para abrazarme, y así no tenga, o no quiera, igual tengo que seguir. Todo esto que me ampara, no es que hoy no importe, pido disculpas por eso. Aunque en mi mente egoísta crea que no podría ser peor, sé que de verdad lo sería sin su presencia.
Así que razón suficiente para buscar dentro de mi cosas que debo escribir. Me siento un poco mejor, como cuando intoxicado vomito para recuperarme... para luego intoxicarme más, ja...
Hoy soy peor que de costumbre, aun más pequeño, no quiero ver el sol, no quiero que el planeta gire, ni que las aves vuelen, quiero que las estrellas se apaguen, que inicie la tercera guerra mundial, que el agua y los bosques se acaben, que las flores marchiten... Por ahí me escucho: "cuidado con lo que pides", hoy no importa.
¿Cómo no preguntarme que mierda anda mal conmigo? ¿De donde saco este condicionamiento? Sé bien lo que es, sé bien lo que siento, ésta angustia rastrera y miserable, de no poder ver lo afortunado que soy, de estar ciego, de necesitar que en una carta me digan que todo va a estar bien, que hay un camino que tengo que recorrer.
Y no estoy solo, tengo razones de sobra para seguir, que esperan para abrazarme, y así no tenga, o no quiera, igual tengo que seguir. Todo esto que me ampara, no es que hoy no importe, pido disculpas por eso. Aunque en mi mente egoísta crea que no podría ser peor, sé que de verdad lo sería sin su presencia.
Así que razón suficiente para buscar dentro de mi cosas que debo escribir. Me siento un poco mejor, como cuando intoxicado vomito para recuperarme... para luego intoxicarme más, ja...
martes, 7 de octubre de 2008
Lo que quiero
Ya me lo han dicho antes: "Haces lo que quieres". Parecería una estrategia adecuada, pero ya pasados casi 30 años he descubierto la falla. Todo corriera por cuenta propia si supiera bien que es lo que quiero. Cuando tomo un camino, me arrepiento por el que no seguí. Consecuencia inmediata es no siempre salir bien librado. Todo el tiempo ha sido así. Cargo cruces, pensando siempre que hubiese pasado de tomar la decisión en aquel tiempo incorrecta. Buscando respuestas al por qué encontré una posible, un recuerdo, que no es mío, más bien es de mis padres, seguramente está enterrado en mí, con otras cosas más.
Mi padre siempre gustó del esoterismo, del oráculo, de las profecías, él quería que mi nacimiento sea un día específico, un sábado 21 de junio. Hechos los estudios respectivos, la conclusión fue que ése era un buen inicio, me traería suerte, un buen camino, un buen comienzo, ademas de un signo zodiacal adecuado. El doctor Cepeda, encargado de atender a mi mamá, debía llegar al hospital del seguro aquel día elegido. Nunca llegó, el alumbramiento tuvo que postergarse, dos días...
A veces siento como si todo lo que hago se quedara a medias, como si toda mi vida vida fuera un "casi", como si nunca tomara el camino correcto. Mi padre nunca investigó acerca de la suerte que correría con ésta nueva fecha, con éste nuevo signo, éste nuevo comienzo. Yo siempre me pregunto que hubiese sucedido si hubiese nacido aquel día de buena suerte, como siempre me pregunto que hubiese sucedido de recorrer los caminos que he dejado ya.
Mi padre siempre gustó del esoterismo, del oráculo, de las profecías, él quería que mi nacimiento sea un día específico, un sábado 21 de junio. Hechos los estudios respectivos, la conclusión fue que ése era un buen inicio, me traería suerte, un buen camino, un buen comienzo, ademas de un signo zodiacal adecuado. El doctor Cepeda, encargado de atender a mi mamá, debía llegar al hospital del seguro aquel día elegido. Nunca llegó, el alumbramiento tuvo que postergarse, dos días...
A veces siento como si todo lo que hago se quedara a medias, como si toda mi vida vida fuera un "casi", como si nunca tomara el camino correcto. Mi padre nunca investigó acerca de la suerte que correría con ésta nueva fecha, con éste nuevo signo, éste nuevo comienzo. Yo siempre me pregunto que hubiese sucedido si hubiese nacido aquel día de buena suerte, como siempre me pregunto que hubiese sucedido de recorrer los caminos que he dejado ya.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Aquel día aprendí...
Nuevo colaborador... Abrazos Papu...
No recuerdo con exactitud la época de este evento, de hecho, lo que estoy por relatar son recuerdos basados en sentimientos, mas no en escenas mentales.
Era la mañana perfecta de navidad; un sol majestuoso, una brisa agradable, una familia amorosa y por supuesto el regalo perfecto. Era la maquina de velocidad más hermosa que mis ojos jamás habían visto; tres ruedas, un mango amplio, un asiento diseñado solo para mi cuerpo y un color amarillo que junto con la ayuda del “Señor Sol” hacían de mi primer triciclo el regalo más esperado y recordado de mi vida.
Las fotos, que en aquellos días eran todo un evento, no se hicieron esperar. Mi triciclo y yo éramos las estrellas de la mañana, tarde e inicio de la noche. Una vez llegada la oscuridad, mi madre me indicó que tenía que ya ir adentro de la casa, lo acepté y dejé mi máquina muy bien estacionada. El día estuvo lleno de emociones lo que produjo que me duerma de inmediato, pero así mismo me desperté agitado, y raudo salí la siguiente mañana a empezar otra aventura con aquel triciclo, pero para mi sorpresa no estaba. Mi mente y corazón no sabían lo que sucedió. Poco después, mi papá me dio la trágica noticia. A mis tiernos primeros años fui presa del hampa de Quito.
Lo que aquel día aprendí, es que los momentos de alegría máxima son pocos en la vida, pero cuando son verdaderos, entran por la retina, se procesan en el cerebro y se quedan por siempre en el corazón. Y en mi corazón siempre estará mi primer triciclo amarillo.
Papu…
No recuerdo con exactitud la época de este evento, de hecho, lo que estoy por relatar son recuerdos basados en sentimientos, mas no en escenas mentales.
Era la mañana perfecta de navidad; un sol majestuoso, una brisa agradable, una familia amorosa y por supuesto el regalo perfecto. Era la maquina de velocidad más hermosa que mis ojos jamás habían visto; tres ruedas, un mango amplio, un asiento diseñado solo para mi cuerpo y un color amarillo que junto con la ayuda del “Señor Sol” hacían de mi primer triciclo el regalo más esperado y recordado de mi vida.
Las fotos, que en aquellos días eran todo un evento, no se hicieron esperar. Mi triciclo y yo éramos las estrellas de la mañana, tarde e inicio de la noche. Una vez llegada la oscuridad, mi madre me indicó que tenía que ya ir adentro de la casa, lo acepté y dejé mi máquina muy bien estacionada. El día estuvo lleno de emociones lo que produjo que me duerma de inmediato, pero así mismo me desperté agitado, y raudo salí la siguiente mañana a empezar otra aventura con aquel triciclo, pero para mi sorpresa no estaba. Mi mente y corazón no sabían lo que sucedió. Poco después, mi papá me dio la trágica noticia. A mis tiernos primeros años fui presa del hampa de Quito.
Lo que aquel día aprendí, es que los momentos de alegría máxima son pocos en la vida, pero cuando son verdaderos, entran por la retina, se procesan en el cerebro y se quedan por siempre en el corazón. Y en mi corazón siempre estará mi primer triciclo amarillo.
Papu…
viernes, 22 de agosto de 2008
Miedo de que no llegue
Gracias flaquita...
Nunca supe lo que mi padre haría. Seguía alcoholizado luego de las tres largas noches de alcohol. A tempranas horas de la mañana, juró a mi madre que no tomaría más, que el papelón de siempre en el Seguro Social, hacía que su cara caiga de vergüenza: 1 suero dextrosa al 5%, para hidratarlo, mezclado con placil, para el vómito y benutrex, para tratar de proteger su hígado. Esto ocurría todos los santos lunes de su vida.
Siempre tuve miedo que mi padre un día no llegue. Por eso decidí que desde ese día lo acompañaría a donde sea. Yo tenía apenas 4 años, pero el amor que sentía -y siento- por él rebasa los límites normales. Entonces, apenas empezó a jurar a mi madre, que no tomaría más, le rogué a ella, que me dejara ir con él, que lo traería sano y a salvo a casa. Mi madre un tanto desconfiada, accedió luego de mirar que mis ojos se aguaron.
Mi padre dijo que iría a su oficina, pero nada. Lo que se le ocurrió fue llevarme donde un vecino, que vivía a 6 casas de la nuestra y volver a tomar. Yo de cuando en cuando alaba su chaqueta para recordare su juramento, pero siempre fue más fuerte el alcohol. Mientras tanto, yo entretenida con Mayrita, la hija de este señor, cuyo nombre no recuerdo –y debe ser por la sentencia de Freud, cuando dice que uno no recuerda los nombres, porque repele, luego de algún suceso poco agradable-. Mi padre, había tomado casi toda la mañana, y ya entrado en copas, me dijo que me quedara ahí, que volvería pronto a recogerme. Entonces yo, obediente y buena, seguí en la juerga con Mayra y su hermano mayor. Teníamos de todo: juguetes, galletas, caramelos, globos. Pero el tiempo pasaba y mi padre no llegaba. Ya hacía frío y el cielo empezaba a oscurecer, y mi padre nunca llegó. Entonces, como a las seis y media de la tarde, viene mi madre, con los ojos empapados y llena de furia, acompañada de una tía suya, quien me había visto en la tienda de la madre de Mayra, y me clava tres correazos por haberme desaparecido.
Qué injusto me pareció todo. Pero poco después de enterarme del infierno que mi madre vivió, al verle llegar a mi padre, borracho y sin mí, luego de saber que mi nombre y mis características físicas estaban deambulando por las emisoras de Riobamba, entendí todo. Las menciones en la radio, a decir de mi madre, decían algo así como: Niña de 4 años, perdida, viste un calentador fucsia, lleva el cabello corto, y tiene en sus ojos oscuros una tristeza particular. Salió de casa con su padre a las 7 de la mañana, pero sólo volvió él, en estado etílico.
Qué terrible episodio para mi pobre madre. Ahora entiendo su desquite conmigo, quien únicamente esperaba que mi padre volviera.
Pati
Nunca supe lo que mi padre haría. Seguía alcoholizado luego de las tres largas noches de alcohol. A tempranas horas de la mañana, juró a mi madre que no tomaría más, que el papelón de siempre en el Seguro Social, hacía que su cara caiga de vergüenza: 1 suero dextrosa al 5%, para hidratarlo, mezclado con placil, para el vómito y benutrex, para tratar de proteger su hígado. Esto ocurría todos los santos lunes de su vida.
Siempre tuve miedo que mi padre un día no llegue. Por eso decidí que desde ese día lo acompañaría a donde sea. Yo tenía apenas 4 años, pero el amor que sentía -y siento- por él rebasa los límites normales. Entonces, apenas empezó a jurar a mi madre, que no tomaría más, le rogué a ella, que me dejara ir con él, que lo traería sano y a salvo a casa. Mi madre un tanto desconfiada, accedió luego de mirar que mis ojos se aguaron.
Mi padre dijo que iría a su oficina, pero nada. Lo que se le ocurrió fue llevarme donde un vecino, que vivía a 6 casas de la nuestra y volver a tomar. Yo de cuando en cuando alaba su chaqueta para recordare su juramento, pero siempre fue más fuerte el alcohol. Mientras tanto, yo entretenida con Mayrita, la hija de este señor, cuyo nombre no recuerdo –y debe ser por la sentencia de Freud, cuando dice que uno no recuerda los nombres, porque repele, luego de algún suceso poco agradable-. Mi padre, había tomado casi toda la mañana, y ya entrado en copas, me dijo que me quedara ahí, que volvería pronto a recogerme. Entonces yo, obediente y buena, seguí en la juerga con Mayra y su hermano mayor. Teníamos de todo: juguetes, galletas, caramelos, globos. Pero el tiempo pasaba y mi padre no llegaba. Ya hacía frío y el cielo empezaba a oscurecer, y mi padre nunca llegó. Entonces, como a las seis y media de la tarde, viene mi madre, con los ojos empapados y llena de furia, acompañada de una tía suya, quien me había visto en la tienda de la madre de Mayra, y me clava tres correazos por haberme desaparecido.
Qué injusto me pareció todo. Pero poco después de enterarme del infierno que mi madre vivió, al verle llegar a mi padre, borracho y sin mí, luego de saber que mi nombre y mis características físicas estaban deambulando por las emisoras de Riobamba, entendí todo. Las menciones en la radio, a decir de mi madre, decían algo así como: Niña de 4 años, perdida, viste un calentador fucsia, lleva el cabello corto, y tiene en sus ojos oscuros una tristeza particular. Salió de casa con su padre a las 7 de la mañana, pero sólo volvió él, en estado etílico.
Qué terrible episodio para mi pobre madre. Ahora entiendo su desquite conmigo, quien únicamente esperaba que mi padre volviera.
Pati
lunes, 11 de agosto de 2008
Este si no sé de quien también será, ja. Gracias mil, que bueno.
Hola... agradable el blog... un poco de nostalgia me llego al leer los posts... creo que es lindo recordar.... todo lo q nos hizo ser lo q ahora somos... y me he dado cuenta q muchos recuerdos por la melancolia q me trasmiten los he bloqueado voluntariamente... que cosas no?... pero bueno... he tratado de hacer un esfuercito y recordar.... espero poder enviarte mas... si los publicas vacàn y si no... pues igual... gracias por hacerme recordar....
Ahi vaaaaaaaa:
hay demasiados recuerdos de la niñez... lo hermoso en mi caso es q todos los recuerdos q tengo son felices, inocencia y buen humor marcaron mis años de descubrir el misterio mas grande e inigualable que es la amistad...
naci en una ciudad pequeña de las antigüitas, con los padres de antaño y las vecinas chismosas... Todos los dias era una nueva aventura para todos, no habia discriminacion de edad para unirse al grupo...
la religión católica predominaba en mi ciudad, como es obvio luego de los antecedentes, sin embargo existia en mi barrio una iglesia de mormones... a todos los panas nos encantaba irnos a jugar alla, tenian una liiiiiiiiiinda cancha de basket, distinta a la del parke q le faltaba un aro... asi q ibamos alla... el detalle era q entrabamos cuando no estaban los dueños, trepando por un poste de luz hasta una caseta abandonada q anteriormente la ocupaba un guardia.. y desde alli un salto mortal jajaja digno de las olimpiadas para poder entrar a los patios de la iglesia... nuestros papás ni idea hasta q llego el día q por ahi alguno se fue de sincero con la mamá... y fue el relaaaaaaaaajo !!... ya nos kemaban vivos jajaja ... bueno o al menos asi se nos figuaraba a nosotros.. ya nos re-bautizaban por haber pisado suelo anti- catolico... fue duro para que... hasta q años despues caimos en cuenta de la exageracion de nuestros preocupados padres jaja... pero en fin siempre buscabamos otro lugar para jugar.. que para colmo de punterias era tambien prohibido... pero asi es a veces... :P
Anónimo
Hola... agradable el blog... un poco de nostalgia me llego al leer los posts... creo que es lindo recordar.... todo lo q nos hizo ser lo q ahora somos... y me he dado cuenta q muchos recuerdos por la melancolia q me trasmiten los he bloqueado voluntariamente... que cosas no?... pero bueno... he tratado de hacer un esfuercito y recordar.... espero poder enviarte mas... si los publicas vacàn y si no... pues igual... gracias por hacerme recordar....
Ahi vaaaaaaaa:
hay demasiados recuerdos de la niñez... lo hermoso en mi caso es q todos los recuerdos q tengo son felices, inocencia y buen humor marcaron mis años de descubrir el misterio mas grande e inigualable que es la amistad...
naci en una ciudad pequeña de las antigüitas, con los padres de antaño y las vecinas chismosas... Todos los dias era una nueva aventura para todos, no habia discriminacion de edad para unirse al grupo...
la religión católica predominaba en mi ciudad, como es obvio luego de los antecedentes, sin embargo existia en mi barrio una iglesia de mormones... a todos los panas nos encantaba irnos a jugar alla, tenian una liiiiiiiiiinda cancha de basket, distinta a la del parke q le faltaba un aro... asi q ibamos alla... el detalle era q entrabamos cuando no estaban los dueños, trepando por un poste de luz hasta una caseta abandonada q anteriormente la ocupaba un guardia.. y desde alli un salto mortal jajaja digno de las olimpiadas para poder entrar a los patios de la iglesia... nuestros papás ni idea hasta q llego el día q por ahi alguno se fue de sincero con la mamá... y fue el relaaaaaaaaajo !!... ya nos kemaban vivos jajaja ... bueno o al menos asi se nos figuaraba a nosotros.. ya nos re-bautizaban por haber pisado suelo anti- catolico... fue duro para que... hasta q años despues caimos en cuenta de la exageracion de nuestros preocupados padres jaja... pero en fin siempre buscabamos otro lugar para jugar.. que para colmo de punterias era tambien prohibido... pero asi es a veces... :P
Anónimo
lunes, 28 de julio de 2008
Elegí para vivir
Gracias compa por el recuerdo...
Recuerdo el griterío mientras subía las gradas y al final la luz del sol que me cegaba. Cuando pude ver me sorprendió esa enorme cancha, verde, en la que una pelota llevaba a los jugadores de un lado para otro. Desde la tribuna del Atahualpa vi un cuadro con los colores azul y rojo de mi ciudad que jugaba contra la oncena que mi papá me llevó a ver.
Cuando un par de años después me preguntaron por mi equipo, ese primer recuerdo llegó a mi cabeza y con unos escasos seis años respondí que era del Quito. Mi papá hizo todo lo posible porque me hiciera de su equipo, el que me llevó a ver aquella mañana, pero de nada sirvieron sus esfuerzos y las camisetas blancas que me compraba al final quedaron para trapeadores.
Lo que sentí por ese equipo azul y grana se dio a primera vista, como un flechazo y con los años fue creciendo un sentimiento que no es fácil de explicar. En algún momento elegí ser del Quito y domingo a domingo, año tras año, he renovado la esperanza porque desde hace 40 años que no somos campeones.
En algún momento elegí llevar la azul grana en la piel y en el alma… y en algún momento elegí ser así, vivir así, con estos dos corazones, el que late y el que sufre- y goza- cada domingo porque desde mis primeros recuerdos, yo soy del Quito.
Carlitos
Recuerdo el griterío mientras subía las gradas y al final la luz del sol que me cegaba. Cuando pude ver me sorprendió esa enorme cancha, verde, en la que una pelota llevaba a los jugadores de un lado para otro. Desde la tribuna del Atahualpa vi un cuadro con los colores azul y rojo de mi ciudad que jugaba contra la oncena que mi papá me llevó a ver.
Cuando un par de años después me preguntaron por mi equipo, ese primer recuerdo llegó a mi cabeza y con unos escasos seis años respondí que era del Quito. Mi papá hizo todo lo posible porque me hiciera de su equipo, el que me llevó a ver aquella mañana, pero de nada sirvieron sus esfuerzos y las camisetas blancas que me compraba al final quedaron para trapeadores.
Lo que sentí por ese equipo azul y grana se dio a primera vista, como un flechazo y con los años fue creciendo un sentimiento que no es fácil de explicar. En algún momento elegí ser del Quito y domingo a domingo, año tras año, he renovado la esperanza porque desde hace 40 años que no somos campeones.
En algún momento elegí llevar la azul grana en la piel y en el alma… y en algún momento elegí ser así, vivir así, con estos dos corazones, el que late y el que sufre- y goza- cada domingo porque desde mis primeros recuerdos, yo soy del Quito.
Carlitos
domingo, 22 de junio de 2008
Mi Cicatriz
Dios le pague por el aporte...
Una cicatriz de ocho puntos en mi rostro me recuerda que antes de cruzar la calle tengo que fijarme bien hacia los dos lados.
Cuando sucedió tenía menos de cinco años, exactamente no sé, lo que sí recuerdo es que apenas había ingresado al jardín de infantes, al que tuve que faltar por varios días después del accidente.
Esa tarde jugaba con mi hermano a las “congeladas” frente a mi casa. Él tenía que alcanzarme y tocarme para congelarme, y yo, obviamente, correr lo más rápido posible para evitar que lo haga. De pronto, mi hermano gritó: “cuidado con el carro”.
Yo me paré y a penas lo vi pasar arranqué nuevamente a correr, de lo que no me di cuenta es que atrás venía otro carro, un taxi que ya tenía sus años y contra el cual
me impacté.
Mi madre, que supuestamente estaba vigilándonos desde su taller de costura –en el que hasta hoy trabaja-, cuenta que mi hermano entró asustado y le contó lo que había sucedido. Ella salió corriendo y me encontró tirada en la calle con el rostro lleno de sangre. El mismo taxi que me arrolló nos llevó al hospital, en donde los médicos, después de una limpieza con agua oxigenada, alcohol y una revisión exhaustiva, únicamente encontraron al lado de mi nariz una herida producida por una lata suelta. A falta del hilo adecuado, hicieron la sutura con uno mucho más grueso, por lo que quedó una cicatriz que muchas veces, sobre todo en la adolescencia, me pareció más grande de lo que es en realidad.
Anónimo
Una cicatriz de ocho puntos en mi rostro me recuerda que antes de cruzar la calle tengo que fijarme bien hacia los dos lados.
Cuando sucedió tenía menos de cinco años, exactamente no sé, lo que sí recuerdo es que apenas había ingresado al jardín de infantes, al que tuve que faltar por varios días después del accidente.
Esa tarde jugaba con mi hermano a las “congeladas” frente a mi casa. Él tenía que alcanzarme y tocarme para congelarme, y yo, obviamente, correr lo más rápido posible para evitar que lo haga. De pronto, mi hermano gritó: “cuidado con el carro”.
Yo me paré y a penas lo vi pasar arranqué nuevamente a correr, de lo que no me di cuenta es que atrás venía otro carro, un taxi que ya tenía sus años y contra el cual
me impacté.
Mi madre, que supuestamente estaba vigilándonos desde su taller de costura –en el que hasta hoy trabaja-, cuenta que mi hermano entró asustado y le contó lo que había sucedido. Ella salió corriendo y me encontró tirada en la calle con el rostro lleno de sangre. El mismo taxi que me arrolló nos llevó al hospital, en donde los médicos, después de una limpieza con agua oxigenada, alcohol y una revisión exhaustiva, únicamente encontraron al lado de mi nariz una herida producida por una lata suelta. A falta del hilo adecuado, hicieron la sutura con uno mucho más grueso, por lo que quedó una cicatriz que muchas veces, sobre todo en la adolescencia, me pareció más grande de lo que es en realidad.
Anónimo
miércoles, 4 de junio de 2008
El duende
Otro recuerdo, otro aliento, gracias... Ghea. Mil besos...
Tantos recuerdos, que se avalanchan a mi memoria, secretos que invitan a ser descubiertos que me acompañaran por siempre como un fiel compañero mostrándome todos sus encantos…
Uno de ellos tal vez uno de los más extraños que me han pasado, aquel que confirmo en mi vida la existencia de aquellos seres que se los conoce a través de leyendas… pues yo viví una de las más conocidas…
Yo vivía en mi niñez, en un pueblo uno de los más tranquilos que ha existido, creado con una mezcla exacta de misticismo, misterio y libertad, en aquellos que uno cree que todo puede pasar en un solo día y al otro día todo vuelve a su cauce. Conocido como un paraíso cercano al cielo, pero a mi parecer es la fusión del cielo y el infierno.
Recuerdo que todas las tardes nos reuníamos todos los niños del barrio, una jorga impresionante, de todas las edades solo con el único fin común de la aventura, así recorrimos acequias, páramos, ríos… descubrí que podía subir montañas con una facilidad increíble…
Una de esas tardes decidimos irnos al río cercano a un lugar conocido como el Puente Ayora , a tres kilómetros del pueblo, no había nada de extraño aquel recorrido lo hacíamos casi 1 vez por semana, ahora la diferencia es solo que fuimos 5 niñas, mis primas, mi hermana y Bobby , mi fiel compañero y un excelente guía de excursión.
Caminamos por el sendero hasta que decidimos abrirnos paso por la maleza para explorar según nosotras, cuando de pronto Bobby salio disparado sin rumbo como si seguía alguien, supusimos que vio un conejo y quería cazar , me aventure a seguirlo… Por unos minutos no se escucho nada solo mi voz diciendo su nombre para que volviera a mi , en ese momento invadió en mis sentidos el movimiento de las ramas , …Bobby? Alcance a decir suavemente cuando de pronto salió mi perrito asustado llorando tiritando, mojado, supuse que se cayo alguna acequia, y quise ver que paso, me abrí paso entre las ramas cuando de pronto vi una especie de niño meterse apresurado entre la vegetación, alcance a ver su sombrero negro empolvado, viejo, su espalda pequeña, no puedo describirlo exactamente solo recuerdo su movimientos rápidos para esconderse, me quede inmovilizada… mi cuerpo no respondió al miedo que me obligaba a salir corriendo, la mezcla de sorpresa, incertidumbre , terror… me quede quieta… durante unos segundos que me parecieron eternos…
Hasta que mi prima, grito ¡el duende, el duende… negra habla … habla …
Solo veía su rostro asustado frente al mío ni siquiera sentía la fuerza con la me sacudía, hasta que poco a poco fui recuperando mis movimientos…y solo atine a llorar con desesperación y salir corriendo de allí…
No quisimos contarlo, iba a ser nuestro secreto… pero poco a poco cada una fue contándolo a su manera … y dejo de ser un secreto y convertirse en un relato, fue una de las experiencias más locas de mi vida y ahora la comparto con Uds. No es fantasía … yo lo viví.
Ah … y se preguntarán que paso con Bobby .. pues no se recuperó, no comía, se enfermo… murió después de una semana…
Y desde ese momento no he ido para allá… quien sabe ... capaz que aquel personaje sigue rondando por ahí…esperándome.
Ghea
Tantos recuerdos, que se avalanchan a mi memoria, secretos que invitan a ser descubiertos que me acompañaran por siempre como un fiel compañero mostrándome todos sus encantos…
Uno de ellos tal vez uno de los más extraños que me han pasado, aquel que confirmo en mi vida la existencia de aquellos seres que se los conoce a través de leyendas… pues yo viví una de las más conocidas…
Yo vivía en mi niñez, en un pueblo uno de los más tranquilos que ha existido, creado con una mezcla exacta de misticismo, misterio y libertad, en aquellos que uno cree que todo puede pasar en un solo día y al otro día todo vuelve a su cauce. Conocido como un paraíso cercano al cielo, pero a mi parecer es la fusión del cielo y el infierno.
Recuerdo que todas las tardes nos reuníamos todos los niños del barrio, una jorga impresionante, de todas las edades solo con el único fin común de la aventura, así recorrimos acequias, páramos, ríos… descubrí que podía subir montañas con una facilidad increíble…
Una de esas tardes decidimos irnos al río cercano a un lugar conocido como el Puente Ayora , a tres kilómetros del pueblo, no había nada de extraño aquel recorrido lo hacíamos casi 1 vez por semana, ahora la diferencia es solo que fuimos 5 niñas, mis primas, mi hermana y Bobby , mi fiel compañero y un excelente guía de excursión.
Caminamos por el sendero hasta que decidimos abrirnos paso por la maleza para explorar según nosotras, cuando de pronto Bobby salio disparado sin rumbo como si seguía alguien, supusimos que vio un conejo y quería cazar , me aventure a seguirlo… Por unos minutos no se escucho nada solo mi voz diciendo su nombre para que volviera a mi , en ese momento invadió en mis sentidos el movimiento de las ramas , …Bobby? Alcance a decir suavemente cuando de pronto salió mi perrito asustado llorando tiritando, mojado, supuse que se cayo alguna acequia, y quise ver que paso, me abrí paso entre las ramas cuando de pronto vi una especie de niño meterse apresurado entre la vegetación, alcance a ver su sombrero negro empolvado, viejo, su espalda pequeña, no puedo describirlo exactamente solo recuerdo su movimientos rápidos para esconderse, me quede inmovilizada… mi cuerpo no respondió al miedo que me obligaba a salir corriendo, la mezcla de sorpresa, incertidumbre , terror… me quede quieta… durante unos segundos que me parecieron eternos…
Hasta que mi prima, grito ¡el duende, el duende… negra habla … habla …
Solo veía su rostro asustado frente al mío ni siquiera sentía la fuerza con la me sacudía, hasta que poco a poco fui recuperando mis movimientos…y solo atine a llorar con desesperación y salir corriendo de allí…
No quisimos contarlo, iba a ser nuestro secreto… pero poco a poco cada una fue contándolo a su manera … y dejo de ser un secreto y convertirse en un relato, fue una de las experiencias más locas de mi vida y ahora la comparto con Uds. No es fantasía … yo lo viví.
Ah … y se preguntarán que paso con Bobby .. pues no se recuperó, no comía, se enfermo… murió después de una semana…
Y desde ese momento no he ido para allá… quien sabe ... capaz que aquel personaje sigue rondando por ahí…esperándome.
Ghea
martes, 13 de mayo de 2008
"Ojala que los hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan"...
Como la música puede cambiar vidas. Otro aporte, gracias y abrazos...
Una mañana me despertó esa melódica frase con una guitarra que me parecía unos cristales rompiéndose suavemente. Yo dormía en la cama de mi hermano, él creció con los últimos vestigios de las revoluciones comunistas y le gustaba escuchar música "protesta" en la mañana en una radio marca International color rojo con una sola casetera, el botón de retroceso no servía, así que era necesario "voltearle" y adelantarle para escuchar algo que ya había pasado. Desde luego Ojalá era la primera canción del lado A, y era propicio comenzar ese Lunes de Escuela con la voz del cubano que en ese momento me pareció mágico -aunque no supe bien quien era si no hasta luego de un par de años-... en fin, me imaginaba como las hojas caían a un cuerpo de una mujer desde arriba; logré imaginar un disparo de nieve con un rifle largo para que aguante las balas de nieve (según yo); imaginé el camino cansado, sólo tengo la imagen en mi mente pero no se como explicarla; pude imaginar la Luna saliendo sin mi; imaginé difuntos, que sueño interesante rondaba mi memoria que imagine la luz cegadora que seguramente salía del disparo de nieve... "Tocarte ni en canciones"... mmm, sólo recuerdo que lo tomé muy literal; al final recuerdo unos aplausos (supongo que era en concierto) y el fin de una canción hechizada que me llevó a expandir mi mente hacia algún horizonte que ni siquiera sabía que existía.
Claro, ahora que soy "grande" intento tomar las canciones profundas siempre desde el lado poético, como para encontrar esa belleza subjetiva que la poesía y la música esconden, aparentan y alardean (todo al mismo tiempo)... Sin embargo, el verdadero recuerdo que quiero compartir es el sublime hecho de ser niño e imaginar... incluso más allá del arte... más allá de la conciencia y las razones... más allá de las estrellas... más allá de esto que estás leyendo…
Otaner
Una mañana me despertó esa melódica frase con una guitarra que me parecía unos cristales rompiéndose suavemente. Yo dormía en la cama de mi hermano, él creció con los últimos vestigios de las revoluciones comunistas y le gustaba escuchar música "protesta" en la mañana en una radio marca International color rojo con una sola casetera, el botón de retroceso no servía, así que era necesario "voltearle" y adelantarle para escuchar algo que ya había pasado. Desde luego Ojalá era la primera canción del lado A, y era propicio comenzar ese Lunes de Escuela con la voz del cubano que en ese momento me pareció mágico -aunque no supe bien quien era si no hasta luego de un par de años-... en fin, me imaginaba como las hojas caían a un cuerpo de una mujer desde arriba; logré imaginar un disparo de nieve con un rifle largo para que aguante las balas de nieve (según yo); imaginé el camino cansado, sólo tengo la imagen en mi mente pero no se como explicarla; pude imaginar la Luna saliendo sin mi; imaginé difuntos, que sueño interesante rondaba mi memoria que imagine la luz cegadora que seguramente salía del disparo de nieve... "Tocarte ni en canciones"... mmm, sólo recuerdo que lo tomé muy literal; al final recuerdo unos aplausos (supongo que era en concierto) y el fin de una canción hechizada que me llevó a expandir mi mente hacia algún horizonte que ni siquiera sabía que existía.
Claro, ahora que soy "grande" intento tomar las canciones profundas siempre desde el lado poético, como para encontrar esa belleza subjetiva que la poesía y la música esconden, aparentan y alardean (todo al mismo tiempo)... Sin embargo, el verdadero recuerdo que quiero compartir es el sublime hecho de ser niño e imaginar... incluso más allá del arte... más allá de la conciencia y las razones... más allá de las estrellas... más allá de esto que estás leyendo…
Otaner
domingo, 4 de mayo de 2008
Ya no hay nada qué hacer
El segundo aporte, esta vez, anónimo. Léanlo. ¿No se les antoja comentar, después de tanta maravilla?
Mil abrazos, mil gracias...
Llorando regresé a casa y le conté a mi madre lo que me acababa de suceder. Una muchacha me había amenazado con un cuchillo en el paradero del bus, obligándome a que le entregara el dinero que tenía para ir a la escuela. Mi madre me tomó de la mano y salimos caminando de prisa hacia la casa de Oscar Rocafuerte, el policía del barrio. Tan pronto él se enteró de lo sucedido, sacó su motocicleta, la encendió y con una seña me indicó que me subiera. “¿Por dónde se fue?”, me preguntó. Yo le señalé el camino que había tomado la muchacha. Oscar aceleró con dirección a las afueras del barrio. Luego ingresamos a baja velocidad por un estrecho callejón formado por casas de cartón. En cierto punto detuvo la motocicleta y ambos nos bajamos. Él empezó a abrir las puertas a patadas. Adentro yo veía cómo las mujeres se lanzaban asustadas sobre sus hijos para protegerlos. Hasta que pateó una puerta y vi a la muchacha que me había robado. Estaba sentada sobre un colchón donde descansaba un bebé. “¿Es ella?”, me preguntó Oscar. Sí, le contesté. Entonces Oscar se le acercó y le estalló un puñetazo en el rostro. La muchacha empezó a llorar y a rogar que no le hiciera nada, que no la fuera a matar. “La plata”, gritó Oscar. Ella metió la mano debajo de la almohada y nos mostró varios medicamentos. “Me la gasté, es que mi hijo está muy enfermo”, dijo. Entonces Oscar tomó fuerzas y le estrelló otro puñetazo en la cara, dejándole los dientes bañados en sangre. “Vamos”, me dijo, “ya no hay nada qué hacer”.
Anónimo
Mil abrazos, mil gracias...
Llorando regresé a casa y le conté a mi madre lo que me acababa de suceder. Una muchacha me había amenazado con un cuchillo en el paradero del bus, obligándome a que le entregara el dinero que tenía para ir a la escuela. Mi madre me tomó de la mano y salimos caminando de prisa hacia la casa de Oscar Rocafuerte, el policía del barrio. Tan pronto él se enteró de lo sucedido, sacó su motocicleta, la encendió y con una seña me indicó que me subiera. “¿Por dónde se fue?”, me preguntó. Yo le señalé el camino que había tomado la muchacha. Oscar aceleró con dirección a las afueras del barrio. Luego ingresamos a baja velocidad por un estrecho callejón formado por casas de cartón. En cierto punto detuvo la motocicleta y ambos nos bajamos. Él empezó a abrir las puertas a patadas. Adentro yo veía cómo las mujeres se lanzaban asustadas sobre sus hijos para protegerlos. Hasta que pateó una puerta y vi a la muchacha que me había robado. Estaba sentada sobre un colchón donde descansaba un bebé. “¿Es ella?”, me preguntó Oscar. Sí, le contesté. Entonces Oscar se le acercó y le estalló un puñetazo en el rostro. La muchacha empezó a llorar y a rogar que no le hiciera nada, que no la fuera a matar. “La plata”, gritó Oscar. Ella metió la mano debajo de la almohada y nos mostró varios medicamentos. “Me la gasté, es que mi hijo está muy enfermo”, dijo. Entonces Oscar tomó fuerzas y le estrelló otro puñetazo en la cara, dejándole los dientes bañados en sangre. “Vamos”, me dijo, “ya no hay nada qué hacer”.
Anónimo
jueves, 1 de mayo de 2008
El beso que te di
El primer aporte... Como diría Lester Burnham... Espectacular... Gracias Emiliamon... Mil abrazos...
La felicidad es un sentir inherentemente compañero de la tristeza. No sé por qué, pero para mí los mejores recuerdos de la niñez, son también aquellos que me llenan de una nostalgia ambigua. Por momentos me siento en esos recuerdos y me parece volverlos a vivir, como si fuera este preciso momento o como si apenas fueran un episodio del día de ayer, mientras que a ratos son como si nunca hubieran existido. Entonces despierto de aquel encanto pueril y caigo en un abismo infinito de pena, probablemente como el resultado de darme cuenta de que la vida es un suspiro y temer por que mi existencia sea ser sólo para el naufragio. Díganme ustedes: ¿no les pasa lo mismo? Es tan extraña esta sensación, es casi inefable. ¿Será acaso lo que los brasileños llaman Saudade?
En fin, mi recuerdo temprano es verdaderamente simple para los ojos de cualquiera, pero en definitiva siento que es importante y por eso he decido contárselos. No creo en que haya algo que sea totalmente absoluto, por lo tanto no creo que en mi infancia haya sido completamente feliz ni tampoco completamente triste. Lo único que puedo afirmar es que mi vida era normal en lo posible. Mi padre llegaba algo tarde y mi madre trabajaba hasta bien entrada la noche en un salón de belleza, así que con mis hermanos pasábamos mucho tiempo al cuidado de alguna empleada que hacía las veces de niñera. Pero algunos sábados de tarde mi padre se quedaba con nosotros. Recuerdo particularmente uno de esos sábados... Llovía a cántaros (como solo suele pasar aquí en Quito), habían truenos, rayos, hacía mucho frío. Papá entró al estudio, tomó entre sus manos uno de aquellos discos de acetato y lo puso a sonar a todo volumen. Era música protesta, un disco recopilatorio de los mejores éxitos de un dúo uruguayo llamado “Los Olimareños”, sonaba una canción llamada “El beso que te di”, cuyos sonidos se mezclaban en aquel momento con el sonido de la lluvia y el tronar de los rayos.
“Ni las estrellas que alumbran el mes de Abril tienen los finos destellos de tu mirar, ni se pueden comparar con tu risa juvenil los pétalos del rosal. No puedo vivir sin ti, te juré quererte con devoción, te besé y aquel beso que te di, se quedó clavado en mi corazón” jamás olvidaré aquellos versos, tan cursis, tan desinteresados, tan simples y tan bellos, probablemente son estos versos los culpables de que yo crea en amores imposibles, donde se entrega todo sin esperar factura ni cambio, de que yo crea en amores perennes, en pasiones que llevan a la locura. No lo sé, sólo sé que me transportan fuera de este mundo y necesitaba decirlo y lo he hecho. Gracias por leerme, y que siga adelante el blog!!!
Emiliamon
La felicidad es un sentir inherentemente compañero de la tristeza. No sé por qué, pero para mí los mejores recuerdos de la niñez, son también aquellos que me llenan de una nostalgia ambigua. Por momentos me siento en esos recuerdos y me parece volverlos a vivir, como si fuera este preciso momento o como si apenas fueran un episodio del día de ayer, mientras que a ratos son como si nunca hubieran existido. Entonces despierto de aquel encanto pueril y caigo en un abismo infinito de pena, probablemente como el resultado de darme cuenta de que la vida es un suspiro y temer por que mi existencia sea ser sólo para el naufragio. Díganme ustedes: ¿no les pasa lo mismo? Es tan extraña esta sensación, es casi inefable. ¿Será acaso lo que los brasileños llaman Saudade?
En fin, mi recuerdo temprano es verdaderamente simple para los ojos de cualquiera, pero en definitiva siento que es importante y por eso he decido contárselos. No creo en que haya algo que sea totalmente absoluto, por lo tanto no creo que en mi infancia haya sido completamente feliz ni tampoco completamente triste. Lo único que puedo afirmar es que mi vida era normal en lo posible. Mi padre llegaba algo tarde y mi madre trabajaba hasta bien entrada la noche en un salón de belleza, así que con mis hermanos pasábamos mucho tiempo al cuidado de alguna empleada que hacía las veces de niñera. Pero algunos sábados de tarde mi padre se quedaba con nosotros. Recuerdo particularmente uno de esos sábados... Llovía a cántaros (como solo suele pasar aquí en Quito), habían truenos, rayos, hacía mucho frío. Papá entró al estudio, tomó entre sus manos uno de aquellos discos de acetato y lo puso a sonar a todo volumen. Era música protesta, un disco recopilatorio de los mejores éxitos de un dúo uruguayo llamado “Los Olimareños”, sonaba una canción llamada “El beso que te di”, cuyos sonidos se mezclaban en aquel momento con el sonido de la lluvia y el tronar de los rayos.
“Ni las estrellas que alumbran el mes de Abril tienen los finos destellos de tu mirar, ni se pueden comparar con tu risa juvenil los pétalos del rosal. No puedo vivir sin ti, te juré quererte con devoción, te besé y aquel beso que te di, se quedó clavado en mi corazón” jamás olvidaré aquellos versos, tan cursis, tan desinteresados, tan simples y tan bellos, probablemente son estos versos los culpables de que yo crea en amores imposibles, donde se entrega todo sin esperar factura ni cambio, de que yo crea en amores perennes, en pasiones que llevan a la locura. No lo sé, sólo sé que me transportan fuera de este mundo y necesitaba decirlo y lo he hecho. Gracias por leerme, y que siga adelante el blog!!!
Emiliamon
miércoles, 30 de abril de 2008
El primer beso
He cambiado los nombres originales, por si las moscas...
La familia de parte de mi mamá tiene muchos encantos, estoy seguro que a ella y a su sangre les debo la música que corre por mí. Les debo también, entre otras cosas más, mi primer beso, al menos el primero que recuerdo.
La familia de mi mamá es de Riobamba. Nosotros vivíamos en una casa en el centro de Quito. Ellos constantemente venían de visita, en esta ocasión me ocuparé de dos primas, una, la más especial, la más querida, Tania, la otra Caro.
Siempre tuvimos una relación extraña entre primos, por ejemplo, Tania, 4 años mayor que yo solía besarse con alguno que otro primo. Una noche, estábamos todos en el cuarto de mis padres. Para variar una pareja, en la que se encontraba Tania, estaba en lo suyo, acostada en la alfombra al lado de la cama, ocultándose de mí, pues yo estaba al otro lado, en un sillón. Por su puesto yo estaba al tanto de la situación, sin embargo, a excepción de algunas insinuaciones, siempre fingíamos no saber nada.
Aquella noche, no tengo idea de donde estaban mis padres, estaba en las piernas de Caro, que era aproximadamente 8 años mayor que yo. Todavía no me lo explico, no sé si ella (Caro) se dejó llevar, si aprovechó el momento, el punto es que mientras escuchábamos a los otros y sus quehaceres, ella se acercó a mi, y me besó. Yo, no sé como, respondí, digamos de forma adecuada... Me besó de tal forma (incluida lengua), con tal pasión, que no lo he podido olvidar.
Yo tenía 8 años, si no es menos. Si mal no recuerdo, no había besado a nadie antes. No es muy difícil imaginarse el descubrimiento que pasaba por mis labios, era un mundo de sensaciones nuevas y placenteras (Como la canción de este post).
No recuerdo como terminó, y no me interesa recordarlo.
jueves, 24 de abril de 2008
La peor pesadilla
Mi papá es de Sangolquí - Ecuador. Cuando era niño mis tíos se reunían los Sábados en la casa de mis abuelos. La entrada era un saguán largo y estrecho, encima de la puerta de entrada había un cuadro, creo que era un sagrado corazón de Jesús. Con mi primo Franklin solíamos jugar fútbol ahí.
Una noche nos quedamos a dormir, y jugando le di un balonazo al cuadro, se cayó, pero no se rompió. Lo primero que pensé fue "pídele perdón al cuadro", o a lo que representaba el cuadro. Pero no lo hice. Esa noche tuve la peor pesadilla de mi vida.
Soñé que mi papá era un monstruo. Él era el mismo, pero tenía los ojos como dos luces rojas, siniestras, me perseguía por la calle, yo corría, estaba lleno de pánico, no sabía que ocurriría si me alcanzaba, pero no debía suceder.
Después, no se muy bien como ocurrió, pero mi papá volvió en si, ya no era el monstruo, así que corrí a sus brazos, y cuando lo abracé, cuando creía que todo estaba bien de nuevo, sus ojos se encendieron y me desperté.
Era un mar de lágrimas, estaba aterrorizado, mi primo, con quien estaba durmiendo, intentaba calmarme, y convencerme de que los sueños no se repetían, pero no quería dormir de nuevo, tenía demasiado miedo. Pasaron algunas horas, y cansado logre conciliar el sueño. El siguiente día volvimos a jugar fútbol, y de nuevo le di al cuadro, de nuevo cayo, de nuevo pensé "pídele perdón al cuadro", pero esta vez, caí de rodillas, llore y rogué por perdón. Esa noche no soñé.
El inicio
Jueves 24 de Abril, 2008 - 10:07
El otro día, es decir, la otra noche, estaba con mis panas tomando unas cervezas, como siempre preguntándonos cosas. Llegó un momento en que nos cuestionamos acerca de los recuerdos de la niñez, los más antiguos, también los más extraños, esos recuerdos que muchas veces nos marcan sin querer, sin que lo sepamos, o esos recuerdos que solo se quedaron con nosotros, para bien o mal.
Estuvo tan bacán, que se me ocurrió abrir este blog, casi no lo hago, pero por ahí recibí un empujón. Así que hoy estoy, hoy estamos aquí, y en este preciso momento, se inaugura esta comunión virtual.
Su objetivo es publicar recuerdos de la niñez o adolescencia. La mayoría, en especial los tempranos, me imagino están reprimidos, pero todo es un ejercicio, con la práctica recordaremos cada vez más. No teman, y recuerden, por ahí dicen que una de las más grandes búsquedas, sino las más grande, es la interior, no se si sea cierto, pero no se puede negar la emoción que consigo trae. Así que con los brazos abiertos, envío la invitación para este camino.
El correo a donde mandarán sus recuerdos es
recuerdostempranos@gmail.com
Debido a que para enviar un correo necesitan una identidad, otra opción es dejar sus sueños en los comentarios, con un nick como identificación, para después ser publicados.
Por cierto, no existen censuras. Esto porque siempre hay cosas que uno quiere, y no quiere, contar...
Así que manos a la obra. Como se predica con el ejemplo, el primer recuerdo será mío...
El otro día, es decir, la otra noche, estaba con mis panas tomando unas cervezas, como siempre preguntándonos cosas. Llegó un momento en que nos cuestionamos acerca de los recuerdos de la niñez, los más antiguos, también los más extraños, esos recuerdos que muchas veces nos marcan sin querer, sin que lo sepamos, o esos recuerdos que solo se quedaron con nosotros, para bien o mal.
Estuvo tan bacán, que se me ocurrió abrir este blog, casi no lo hago, pero por ahí recibí un empujón. Así que hoy estoy, hoy estamos aquí, y en este preciso momento, se inaugura esta comunión virtual.
Su objetivo es publicar recuerdos de la niñez o adolescencia. La mayoría, en especial los tempranos, me imagino están reprimidos, pero todo es un ejercicio, con la práctica recordaremos cada vez más. No teman, y recuerden, por ahí dicen que una de las más grandes búsquedas, sino las más grande, es la interior, no se si sea cierto, pero no se puede negar la emoción que consigo trae. Así que con los brazos abiertos, envío la invitación para este camino.
El correo a donde mandarán sus recuerdos es
recuerdostempranos@gmail.com
Debido a que para enviar un correo necesitan una identidad, otra opción es dejar sus sueños en los comentarios, con un nick como identificación, para después ser publicados.
Por cierto, no existen censuras. Esto porque siempre hay cosas que uno quiere, y no quiere, contar...
Así que manos a la obra. Como se predica con el ejemplo, el primer recuerdo será mío...
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